MOMENTOS
Bienvenido Mr. Padel
Una tarde paseando por mi pueblo camino de la plaza, entre casas, casillas de piedra y algunos «chaletes» de nuevo rico, a lo lejos, en la curva del tío Monda, una luz potente me deslumbra.
Acercándome descubro una especie de objeto no identificado, una construcción extraña de arquitectura moderna y aséptica, nada de granito, materiales sintéticos de última generación.
¡Coño!, han montado una pista de padel en las escuelas donde siempre hubo un pedregal en el que antaño jugaron mis abuelos con pelotas de trapo, mis padres con pelotas de cuero y ahora lo han convertido en un complejo deportivo en el que los hijos del pueblo juegan con pelotitas amarillas y atuendos fosforescentes. Pim, pam, pim pam, y de vez en cuando se comunican en un exquisito lenguaje: «Deuce! Seguido de un claro castellano. «Cagoensuputamadre»!
Una mezcla de refinamiento y paletez que me hace mucha gracia. En el muro exterior de la pista han hecho una pintada con spray PADEL NO! como esas de ¡CENTRAL NUCLEAR NO! Me desternillo de la risa. El pádel se va a convertir en un problema para el consistorio. A las diez de la noche los mozos de Hoyocasero ya no están en la plaza poniéndose ciegos a botellines, ¡están jugando al padel!
El pueblo ya no es lo que era. Estamos acabando con las tradiciones que yo conocí. Cuando éramos mozos no jugábamos al padel, eso no existía, nos dedicábamos a dispararnos a bocajarro con las escopetillas de perdigones, hacíamos bulling a don Marti, el maestro del pueblo, robábamos burras en los corrales, hurtábamos manzanas de los huertos y ya cerca de la mayoría de edad conducíamos sin carnet y nos estrellábamos camino del río con el coche que le habíamos robado a mi padre, vamos, cosas de mozos pero esto del pádel, como que no me pega.
Mi abuelo fue el dueño del frontón y aún hoy seguimos custodiando esa vieja reliquia de hormigón gris a la que hace mucho que no bajan los zagales del pueblo a meter trallazos contra la chapa. El frontón es un símbolo nacional en peligro de extinción y he visto manos sangrando llenas de grietas tras las partidas con las pelotas de núcleo de madera y piel de gato.
Me gustaría ver a los adonis del padel recibiendo un chupinazo de Martinillo. Me vuelve a entrar la risa. Ninguna de esas raquetillas de gomaespuma con dibujos estridentes aguantaría un zurriagazo de los que jugaban al frontón.
Después de las partidas se bebían las cajas de botellines que apostaban con un cacho chorizo de la matanza y cuando el sol se ocultaba tras el pico Almanzor se retiraban porque el día siguiente iban a segar.
Volvamos ahora a la pista de pádel, donde los modernos tenistas están tomándose sus bebidas isotónicas con barritas de cereales para controlar el azúcar y el colesterol evitando pensar que llevan una carga genética de torreznos y matanza de aúpa.
Y ahí siguen pim, pam, pim, pam, 15-30, 15-40 mientras las esposas se wasapean con las suegras que han ido a hacer la novena al Cristo y se preparan para la cena de amas de casa en la que se servirá un menú exquisito con muslitos rellenos en salsa menier.
También la nouvelle cuisine ha llegado al pueblo. Toda la vida comiendo patatas revolconas, chuletón de Ávila, trucha y perrunillas de postre y ahora te las ves y deseas para encontrar esos platos en el menú castellano. Todo se ha afrancesado. El Top Chef ha hecho mucho daño a las familias y las mozas del pueblo casi no saben lo que es un puchero. Manejan la programación de la Termomix que es una delicia pero cuando llegan al pueblo están como desorientadas.
¡¡Anda la leche!!, que hoy hay campeonato femenino de pádel en la pista de las escuelas. Lo que yo digo. El acabose.

6 septiembre 2017
© Miguel Ángel Blázquez
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