POESÍA
Carrefour
Esta mañana
absorto en mis pensamientos
observo al hombre
del acordeón en la acera,
con los dedos entumecidos
por el frío de la noche.
El rocío hace resbalar
sus manos sobre las teclas.
Percibo en sus gestos
una felicidad extraña
mientras espera que alguien
lance la primera moneda
al tupper de plástico.
Los amantes risueños se abrazan
en la parada del autobús
con la resaca del calor del amor
y la tristeza de la distancia,
que tarde o temprano llega.
Tomo café en una terraza
y todo me es ajeno.
Las dudas se sientan a mi lado
para ver escapar otro día
y las alegrías, fugaces,
desaparecen por las calles
de la ciudad que despierta.
Deambulo entre ensaladas preparadas,
un hombre acaricia su caniche
en el pasillo del Carrefour,
sushi, dos viejos hablan,
panettones en oferta,
azafata con piercing en el labio,
pizzas, degustación de muesli,
no quiero muesli,
me detengo,
no sé a por qué iba,
sigo,
mujer embarazada,
un cliente futuro más
para la cadena de distribución.
En medio del pasillo,
con la mirada perdida
me pregunto:
¿qué tiene que ver
todo esto con mi deseo?
Toda esta gente,
todos estos productos,
las luces, los congelados…
¿Para qué?
Siempre hay una razón,
una respuesta,
“hay que alimentarse”,
“comer es necesario para vivir”,
“debemos consumir para que
la sociedad capitalista funcione”
pero nada de eso alimenta mi deseo,
ni lo responde, ni lo sacia.
Momento de calma.
Busco el silencio
en la sección de ginebras.
Llega la chica sonriente.
– “Buenas. ¿Desea algo en especial?
Nos miramos fijamente,
incómodamente.
Una lágrima estalla
de mis ojos temblorosos
estrellándose violentamente
en el suelo sintético.
La chica sonriente
se queda sin palabras,
no dice nada,
empieza a llorar.
 
18 noviembre 2017
© Miguel Ángel Blázquez
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