MOMENTOS
Dies irae
Escribo en San Blas, una barriada antaño chunga y ahora residencial donde hace poco tiempo el suelo estaba sembrado de jeringuillas con restos de sangre y Sida que hoy, el progreso ha conseguido enterrar a base de centros comerciales, recalificaciones, promociones inmobiliarias y la guinda del Wanda.
En este mismo lugar, en el que años atrás almas errantes, ciegas de heroína y demacradas se arrastraban mendigando el último pico que les diera vida, un día más, busco el último verso que me permita llegar a mañana.
El cielo está plagado de restos de chemtrails y la tarde avanza sin remedio hacia el ocaso de un Domingo de Resurrección, extraño, extremo, como todo lo que vivo. El coro asusta, la voz potente de los tenores me conmueve. Dies Irae.

Día de la ira; día aquel
en que los siglos se reduzcan a cenizas;
como testigos el rey David y la Sibila.
¡Cuánto terror habrá en el futuro
cuando el juez haya de venir
a juzgar todo estrictamente!
La trompeta, esparciendo un sonido admirable
por los sepulcros de todos los reinos
reunirá a todos los hombres ante el trono.
La muerte y la Naturaleza se asombrarán,
cuando resucite la criatura
para que responda ante su juez.
Aparecerá el libro escrito
en que se contiene todo
y con el que se juzgará al mundo.
Así, cuando el juez se siente
lo escondido se mostrará
y no habrá nada sin castigo.
¿Qué diré yo entonces, pobre de mí?
¿A qué protector rogaré
cuando ni los justos estén seguros?
Rey de tremenda majestad
tú que, al salvar, lo haces gratuitamente,
sálvame, fuente de piedad.
Acuérdate, piadoso Jesús
de que soy la causa de tu calvario;
no me pierdas en este día.
Buscándome, te sentaste agotado
me redimiste sufriendo en la cruz
no sean vanos tantos trabajos.
Justo juez de venganza
concédeme el regalo del perdón
antes del día del juicio.
Grito, como un reo;
la culpa enrojece mi rostro.
Perdona, señor, a este suplicante.
Tú, que absolviste a Magdalena
y escuchaste la súplica del ladrón,
me diste a mí también esperanza.
Mis plegarias no son dignas,
pero tú, al ser bueno, actúa con bondad
para que no arda en el fuego eterno.
Colócame entre tu rebaño
y sepárame de los machos cabríos
situándome a tu derecha.
Tras confundir a los malditos
arrojados a las llamas voraces
hazme llamar entre los benditos.
Te lo ruego, suplicante y de rodillas,
el corazón acongojado, casi hecho cenizas:
hazte cargo de mi destino.
Día de lágrimas será aquel día
en que resucitará, del polvo
para el juicio, el hombre culpable.
A ese, pues, perdónalo, oh Dios.
Señor de piedad, Jesús,
concédeles el descanso. Amén.

El silencio me adormece y el chasquido del hielo que se deshace en el Gin tonic me devuelve a la realidad. Consumo la droga burguesa de los que habitamos encima del subsuelo de la miseria de estos lugares.
Todo mi deseo quiere volar lejos de este reducto de losetas impresas, iguales, simétricas, asépticas. En la puerta los cubos de basura esperan el paso del camión. Lunes, miércoles, viernes y sábado a las 10:45. Amarillo para reciclar, gris para la mierda común.
Tras el muro de ladrillos una brisa aburrida agita las ramas escuálidas de los árboles que intentan disimular el ruido de la M-40, mientras esperan la irrupción de la primavera que vista sus huesos de hojas nuevas. El sol de abril me relaja. Pajaritos cantando. Qué bucólico parece todo pero yo sigo escuchando los gritos de dolor de los yonkis bajo el cimiento de esta casa y me horroriza. Oigo sus pisadas arrastrándose entre la inmundicia y el grito mudo de su corazón mientras el pico les penetra en las venas dejando todo su cuerpo en silencio.
Un día más. 

25 marzo 2018

© Miguel Ángel Blázquez

Pintada en el barrio de San Blas. Años 60.
Back to Top