MOMENTOS
El ballet de San Petersburgo presenta "El lago de los chismes"

Segundo timbre, la luz se atenúa, la obertura inunda la platea. Un cortinaje rancio con agujeros y olor a naftalina deja entrever a los artistas preparándose. Se abre el telón. Desde la fila cinco puedo sentir la respiración de los bailarines, el rasgado de las medias puntas sobre la tarima y la emoción que supura por los poros de mi piel es indescriptible. Poco a poco voy dejándome invadir por la belleza que está sucediendo ante mis ojos.
Sigfrido eleva a Odette hacia el cielo y de repente, un destello de luz en la fila cuatro me distrae, diría que me despierta de un maravilloso sueño.
No doy crédito. Intento detener el espectáculo pero no hay pause en este ballet, no hay forma de congelar la imagen y en los cinco segundos que ha estado la chica de delante mirando si le había llegado un WhatsApp, con el brillo de pantalla al 100%, me he perdido la escena.
No soy capaz de entenderlo. Una muchacha está mirando el móvil mientras dos de los mejores bailarines del mundo se dejan la piel en el escenario. Quiero pensar que podía ser algo urgente pero al no levantarse de la butaca entiendo que ha sido un hecho aislado e intento volver a la trama.
El espectáculo es magnífico, los bailarines embutidos en sus maillots blancos parecen esculturas del mismo Bernini que han cobrado vida y nos deleitan con su arquitectura carnal. Las bailarinas, con su delicadeza, amansan mi alma y sus movimientos son caricias para un corazón que necesita de la belleza para latir más que nunca.
La tarima se oscurece y el humo frío crea un ambiente enigmático pero de nuevo: ¡¡La tía del móvil mirando chismes en una tienda online!!
Me ha desquiciado. Antes del descanso he tirado la toalla y asumo que me ha hecho perder uno de los momentos más bonitos de mi vida.
Termina el primer acto y el telón pesado de terciopelo azul cae como una losa. Me abalanzo hacia ella y le digo con delicadeza, como obliga el momento:
“Te voy a pedir un favor por respeto a los bailarines y a los que estamos aquí intentando disfrutar: No utilices más el móvil hasta que termine la función porque me has fastidiado la primera parte”.
He intentado ser educado y ella lo ha entendido a la primera: “Perdón no volverá a suceder”.
Efectivamente. La única luz que he visto en adelante ha sido la que emanaba del brillo de los tutús y de los ojos de Ekaterina Kondaurova, la bailarina principal que me ha hecho llorar.
Ovación final y teatro en pie por el arte y el valor de lo que hacen aguantando a un público que no merece tanta belleza.
Aquí no entendemos de ballet ni de danza clásica. Los españoles del montón vivimos en la calle más de la mitad de nuestra vida a veinte grados centígrados de media. No parece un ambiente propicio para el recogimiento y el calor del teatro. España es un país de chiringuito, «fúrbol», pandereta y bata de cola. En eso no nos gana nadie pero los rusos son, no lo olvidemos, los mejores bailarines del mundo y les debemos un respeto sepulcral. 

17 septiembre 2020
© Miguel Ángel Blázquez
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