MOMENTOS
El padre Hamel, un cristiano radical
Estoy preparándome en la habitación para ir a misa de nueve de la mañana en la catedral de Santiago de Compostela e inevitablemente pienso en el padre Hamel, degollado vilmente por dos cobardes hace pocos días en Normandía. Mientras me afeito vuelvo a pensar en lo que estos dos gallinas le han hecho a él y a los feligreses que quedaban en la iglesia tras la eucaristía matutina.
Cobardes, sí, son muy cobardes, mejor dicho eran, estos dos pobres críos con el cerebro lavado que se autodenominaban soldados del estado islámico y que han acabado acribillados en la casa de Dios. Soldados cobardes es algo que no encaja en el lenguaje de la guerra y un soldado de verdad solo puede ver cobardía y vileza en algo así.
Mientras caminaba hacia la catedral, entrando en la nave sin que nadie me pidiera la identificación, arrodillado ante el sagrario, haciendo lo que hicieron en la iglesia de Saint Etienne du Rovray los que allí asistieron a la eucaristía esa mañana, pensaba… ¿y si toca hoy aquí? Parece un eslogan de la lotería pero esa lotería es la que hoy puede caer en cualquier iglesia del mundo y la catedral de Santiago no es cualquier iglesia del mundo, es uno de los lugares más deseados por los cobardes radicales islámicos mucho antes de que el ISIS o Al-Qaeda nacieran. No olvidemos que la catedral ya fue hecha añicos por Almanzor en el 997.
La misma hora, la misma fe, las mismas personas, un sacerdote camino de los ochenta, un puñado de fieles madrugadores y una monja que prepara los objetos litúrgicos para la misa.
He revivido la escena de hace unos días en la misa de hoy y despistado con estos pensamientos me he preguntado ¿yo qué haría si en este momento entran dos barbudos pegando gritos en árabe y nos someten a la inenarrable pasión que han sufrido el padre Hamel y los que no pudieron huir de allí? Un escalofrío me ha helado el corazón y he admitido, con la boca chica, que no podría hacer otra cosa que entregar la vida, renegar de mi fe jamás, pero entregar la vida incluso a cambio de la del sacerdote si los asesinos me concedieran tal clemencia, eso sí. Y absorto en mis funestas imágenes he escuchado «podéis ir en paz». En ese instante he vuelto a preguntarme si el padre Hamel se habrá ido en paz. Así lo he pedido para él.
Yo en paz, lo que se dice en paz no he salido de la misa porque, ¿quién sabe si sucediera de verdad lo que haría?, intentaría huir, me resistiría como es normal a pasar por ese calvario pero al padre Hamel no le quedaron fuerzas para salir corriendo. Sus 87 años le impidieron reaccionar con la agilidad con la que otros podrían hacerlo pero estoy convencido de que fue absolutamente consciente de que iba a convertirse en un mártir y esa, por muy escabrosa que parezca, es la forma más radical de ser cristiano. Dar la vida por Cristo hasta la muerte en el martirio.
El valiente ha sido el padre Hamel. El valiente es el sacerdote que hoy ha presidido la eucaristía, y el que le acompañaba y los miles y miles de sacerdotes de todo el mundo que siguen ofreciendo su vida a Cristo. Los cobardes ni siquiera se atrevieron a cometer su horrible crimen en una misa repleta de gente, ni con un cura joven. Eso es ser muy cobardes.
Después de la misa he desayunado con el sacerdote que ha oficiado, un buen amigo por el que hace un rato he pensado que daría la vida. He intentado invitarle a un café y no me ha dejado. Siendo así y conociéndole creo que tampoco aceptaría mi oferta definitiva.
Que el señor le bendiga padre Hamel y se apiade de las dos pobres criaturas que entregaron su vida a la nada.
Amén

29 julio 2016
© Miguel Ángel Blázquez
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