Lo importante y lo urgente
Hace unos años, don Felipe Baeza Betancort, poeta canario, eminente abogado y diputado en las cortes de Madrid, al que tuve la fortuna de conocer pocos años antes de fallecer, me hizo una confesión que aún hoy me sigue rondando. “Desde que me ocupo de lo urgente, no pienso ya en lo importante”. Lo afirmaba un hombre culto con casi noventa años, es decir, con el aval de la experiencia y una edad en la que ya no tenía nada que esconder y sí algo que defender, ya que seguía en activo yendo a los juzgados con una lucidez increíble. Cuando hablaba de lo urgente, se refería a su profesión de abogado, a llevar el pan a casa, a educar a sus hijos, a tener, lo que se dice hoy, una posición y una seguridad. Todas ellas cosas muy loables.
¿Pero a qué se refería cuando hablaba de lo importante? Nada más y nada menos que a la poesía, a la que había abandonado en torno a los treinta años y que volvió imprevistamente a él pasados los ochenta. Esto no quiere decir que las cosas normales de la vida como trabajar, ganar dinero, cuidar de una familia y labrarse un futuro no sean importantes, pero él, sabiamente, las ubicaba en la órbita de lo urgente.
Resumo la historia. Una mañana de verano, buceando entre miles de volúmenes perfectamente hacinados en las estanterías de la casa de Alastair Carmichael, el flemático librero inglés afincado en Lloreda de Cayón, muy cerca de Santander, encontré un ejemplar enmohecido por el paso de los años que llamó mi atención. La amada más distante. Ensayo sobre La voz a ti debida, de Pedro Salinas, escrito en 1967 por el citado Felipe Baeza Betancort. Ahí empezó mi búsqueda hasta que encontré a don Felipe en Las Palmas de Gran Canaria, con la intención de que me cediera los derechos para editar de nuevo su obra. Me atendió amablemente por teléfono y tras desempolvar algunos recuerdos dijo que prácticamente no se acordaba del libro del que le estaba hablando y sin más negociación sentenció: “Le cedo los derechos sin coste alguno. Debe estar usted loco para volver a editarlo y no creo que se vaya a hacer de oro con ello”.
Después de aparecer la segunda edición reconoció, con sorpresa, que el libro había tenido más éxito y difusión en esta nueva tirada, cincuenta años después, que cuando se publicó originalmente y que gracias a este encuentro imprevisto había recuperado la ilusión por la poesía. Nos encontramos tres veces. La primera para conocernos personalmente e informarle con más detalle de la evolución del trabajo que sería el primer título de Bookman. La segunda, le entregué sus ejemplares de autor y en el último viaje que hizo a Madrid dimos un paseo por la cuesta de Moyano donde me recomendó leer La montaña mágica de Mann y una biografía de Dante escrita por Louis Guillet. Tiempo después me envió por correo postal un facsímil de dos cartas de Pedro Salinas a Federico García Lorca y por mail algunos de sus poemas inéditos. Custodio todo ello con celo y profundo cariño. Poco después le diagnosticaron un cáncer muy agresivo y falleció el jueves 16 de octubre de 2021.
Pero la tramoya de todo esto, lo que hay detrás de esta pequeña historia tiene que ver con el día de hoy, con las conversaciones de sobremesa que mantengo últimamente con mis amigos, coetáneos en la frontera de los 50. La mayoría de ellos han logrado ya lo que se dice “una posición”, “un puesto”, una estabilidad económica o la ansiada seguridad del mundo moderno, este mundo temeroso de la precariedad y del imprevisto.
Con cierto rechazo intentaban rebatir mi postura, como si estuviera afirmando algo que no puede ya decirse hoy cuando me refiero precisamente a esto, al hecho de dedicar, si no todo mi tiempo, gran parte de él a lo importante y el resto, a lo urgente, a lo que hace el común de los mortales como es llevar un sueldo a casa, intentar lograr esa estabilidad y esa seguridad que me parece siempre utópica porque no somos dueños de la vida, ni del porvenir, ni del mañana siquiera. Nos aferramos consciente o inconscientemente a esas pequeñas seguridades de las que nos alerta el siempre indomable Péguy. Mis amigos son, como lo soy yo a pesar de mis intentos por no claudicar, hijos y cómplices silenciosos de esta mentalidad que hoy es dogma de una sociedad esclava del dinero, del poder y de la imagen. Una sociedad, (salvo excepciones que no debiéramos perder de vista) que no puede permitirse dedicar su tiempo a algo que no reporte beneficio inmediato, rentabilidad asegurada, que no sea garantía de éxito y objeto de reconocimiento social. Hoy, está mal visto y se le puede acusar a quien osa defender esta postura de irresponsable.
Evidentemente las cuentas no salen. ¡Gracias a Dios!, pero el beneficio que se obtiene al dedicarse a lo importante, además de a lo urgente, es lo que hace que este mundo no sea patrimonio exclusivo de los ricos, de los poderosos, de los que tienen el control de la información, de los asentados en el trono de una vida cómoda, medio-burguesa, asegurada, garantizada y aséptica. Qué desazón me produce ver algunos amigos que sin atreverse a decirlo, con un peso insoportable como de derrota en la mirada y una especie de vejez prematura, saben, en lo más profundo de su conciencia, que habiendo dedicado la mayoría de su tiempo a lo urgente, incluso habiendo logrado casi todas sus metas y la ansiada aparente seguridad, tal vez han dejado de lado lo importante por ocuparse de lo urgente, pero nunca es tarde.
Felipe Baeza Betancort tuvo el valor de reconocerlo. Meses antes de morir cuando me dijo que le habían diagnosticado el cáncer y que rezara por él, le escribí: «Felipe, eres uno de los mejores poetas que he conocido. No aludo aquí únicamente a tu obra, de la que conozco tan sólo unos maravillosos poemas que has tenido la amabilidad de enviarme, sino a tu forma de vivir la poesía. Diría que la poesía es la que no te ha abandonado a ti mientras ibas a los juzgados, mientras hojeabas los libros de leyes, mientras estudiabas tus casos, mientras vivías la otra vida del poeta, la real, y es ahora cuando la poesía puede ser una compañía amable en este trance de tu vida. En ti he reconocido a un poeta discreto y humilde que ama la poesía, un poeta que no ha dejado de lado la realidad para desear otros mundos, un poeta que no quiso o no pudo ser poeta cuando la vida le “obligó” a elegir un camino pero que sabía que eso era una utopía sin base jurídica. Por eso querido amigo Felipe disfrutemos hoy de todo ello y escribamos juntos la poesía que no muere, la poesía de una amistad imprevista. “Un imprevisto es la única esperanza” decía Montale. Esperanza también es una palabra contundente. Un fortísimo abrazo y cuenta siempre con mi amistad en forma de oración ahora».
Si piensas que hay cosas importantes que aún no has hecho, ¡ponte a ello! Un bar de tapas, una pizzería, una tienda de quesos y vinos, dirigir una película, montar una compañía de teatro, una editorial, un puesto de tomates que sepan a tomate, escribir una novela, ayudar a los demás, volver a estudiar a los cincuenta, irte a un monasterio o a un convento, reconciliarte con un amigo, perdonar, dedicarte más a los tuyos… “reinventarte” como dicen ahora. Son algunas ideas pero tal vez lo más importante de tu vida aún está por suceder.
Puede parecer en lo que digo, que el valor de la persona reside en lo que hace, pero nada más lejos de la realidad. De hecho aquí aflora de nuevo el pensamiento sobre el ser y el tener de Gabriel Marcel cuyo desarrollo dejo para otro momento. “Porque la esperanza se refiere al ser, y no al tener, es misterio (no problema)”. Nos recuerda el filósofo Carlos Díaz desgranando el pensamiento del francés Marcel.
Nada nos llevaremos el día que se nos pida entregar lo que creemos tener. Nada salvo el dolor por no haber hecho las cosas importantes, corriendo siempre tras las urgentes. Nos llevaremos, eso sí, todo lo que hayamos entregado, amado y poseído verdaderamente. Hace años le escribí en una carta póstuma a Manuel García Morente aludiendo al concepto Tiempo: “Aquello que tiene que ver con lo eterno nunca es una pérdida de tiempo. Por el contrario, no vivir lo temporal en función de lo eterno, me parece una gran insensatez”.

Miguel Ángel Blázquez
24 de julio de 20244
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