Matriz, una apología de la mujer
Intento sintetizar aquí lo que sin duda requeriría de un extenso estudio acerca de la cuestión.
Por citar algunas acepciones, en matemática la “matriz” es un conjunto bidimensional de números. En su sentido técnico nos referiremos al molde o cuño que sirve de matriz para la fabricación, troquelado o estampación de objetos y materiales de diversa índole y en el plano humano, primera acepción de la RAE, como es sabido “matriz” se refiere al útero materno. “Órgano muscular hueco de las hembras de los mamíferos, situado en el interior de la pelvis, donde se produce la hemorragia menstrual y se desarrolla el feto hasta el parto”.
Es decir, sin la matriz que es el útero en la madre, con la madre, unidad natural necesaria para la procreación, todo empeño del hombre para dar vida sería estéril, toda su fuerza, su potencia y su capacidad reproductiva serían vanas sin la unión del espermatozoide con el óvulo y cuyo resultado, criatura ya engendrada, se desarrollará y crecerá en el útero de la madre. Omito aquí alusiones a los métodos en los que se utiliza a las personas como meros donantes anónimos. Por tanto, todo lo que el hombre puede aportar para la reproducción de la especie humana sin la mujer es NADA. A lo sumo una masa seminal informe desperdiciada, un grumo de espermatozoides no engendrados e inservibles. Tinta sin matriz, sin carácter, sin presión, sin papel en el que estamparse y fundirse para dar forma a una obra única.
La madre, matriz por tanto, no solo acoge lo que le es entregado por el hombre, es portadora de vida, cobijo necesario de la nueva criatura que empieza a desarrollarse en sus entrañas y permite nacer, con dolores de parto, a un nuevo ser para la historia. La madre imprime carácter al recién nacido, un carácter decisivo para la vida del ser incluso nonato.
¿Existe otra forma de maternidad además de la llamada natural a engendrar y parir propia del ser femenino? Podría decirse también en lo referido a la paternidad.
Fijémonos en todas aquellas mujeres que no tienen hijos por diversas circunstancias, en las que desean tenerlos y no pueden o en las que, por su particular vocación, renuncian a la maternidad corporal. A esas madres virginales se les da MISTERIOSAMENTE, lo pongo en mayúscula, el don de ser madres espirituales. Maternidad virginal, virginidad maternal. Madres de otros a los que no han engendrado ni alumbrado. Darse al otro, no dar a luz o a la luz a otro, darse a otros, ser madres de muchos. Deseo cumplido en la donación de sí, en la renuncia gloriosa, en el darse de sí mismas a otros que no eligen, que les son dados, incluso sin conocerlos, aceptando en algunos casos con dolor y paciencia el no poder tener a sus propios hijos biológicos. Estas madres sin hijos nos muestran una forma de vida donada, única y necesaria para el mundo. Una vocación que encuentra cumplimiento en una relación que trasciende lo humano pero en lo humano.
Miremos también a las mujeres que deciden acoger o adoptar hijos que no han parido o engendrado, incluso teniendo sus propios hijos ya. Para todo esto también hay que hacer experiencia real de un cumplimiento de la vida que podríamos llamar sobrenatural.
¿Y las madres parturientas? Madres con hijos nacidos de sus entrañas, vivos o muertos. Mujeres que acogen sin poseer lo que ha crecido en ellas como signo evidente de una entrega y renuncia absolutas. Es un valor vital, fundamental, necesario y único en la historia de la humanidad. Madres de familia que renuncian a muchas cosas por darse a sus hijos. Qué posición tan distinta a la de las mujeres que deciden no tener hijos por cuestiones económicas y profesionales o, en el extremo del drama, las que abortan voluntariamente en una sociedad que tristemente las ha hecho esclavas de sí mismas. Una sociedad en ocasiones perversa que legisla llegando a defender con más ahínco la vida de un perro, de un gato o de una especie protegida del Amazonas por encima de la de un ser humano. La maternidad es un DON no un derecho y un hijo nunca es una posesión.
Qué decir de las madres que después de haber formado una familia, viven con terrible dolor el drama de la separación (Cuántas amigas queridísimas me vienen a la mente). Mujeres que tienen que seguir adelante acompañando a sus hijos y viviendo a diario el drama de separarse del hombre al que se entregaron para formar una familia. Mujeres que aunque hayan encontrado una nueva pareja que las quiere y las apoya llevan adelante una maternidad que siempre tendrá algo de solitaria. Representan también una generosidad abnegada, dolorosa y sin límites.
Recuerdo con especial afecto a las mujeres que deseando ser madres por causas distintas no lo son, no llegan a serlo en sus entrañas o, como decía, que por su vocación a la virginidad renuncian a la maternidad corporal. Una renuncia que solo puede ser gozosa y llamada por ello a un cumplimiento particular y misterioso. ¡Qué generosidad tan fuera de lo común!
Es decir, sin la matriz que es el útero en la madre, con la madre, unidad natural necesaria para la procreación, todo empeño del hombre para dar vida sería estéril, toda su fuerza, su potencia y su capacidad reproductiva serían vanas sin la unión del espermatozoide con el óvulo y cuyo resultado, criatura ya engendrada, se desarrollará y crecerá en el útero de la madre. Omito aquí alusiones a los métodos en los que se utiliza a las personas como meros donantes anónimos. Por tanto, todo lo que el hombre puede aportar para la reproducción de la especie humana sin la mujer es NADA. A lo sumo una masa seminal informe desperdiciada, un grumo de espermatozoides no engendrados e inservibles. Tinta sin matriz, sin carácter, sin presión, sin papel en el que estamparse y fundirse para dar forma a una obra única.
La madre, matriz por tanto, no solo acoge lo que le es entregado por el hombre, es portadora de vida, cobijo necesario de la nueva criatura que empieza a desarrollarse en sus entrañas y permite nacer, con dolores de parto, a un nuevo ser para la historia. La madre imprime carácter al recién nacido, un carácter decisivo para la vida del ser incluso nonato.
¿Existe otra forma de maternidad además de la llamada natural a engendrar y parir propia del ser femenino? Podría decirse también en lo referido a la paternidad.
Fijémonos en todas aquellas mujeres que no tienen hijos por diversas circunstancias, en las que desean tenerlos y no pueden o en las que, por su particular vocación, renuncian a la maternidad corporal. A esas madres virginales se les da MISTERIOSAMENTE, lo pongo en mayúscula, el don de ser madres espirituales. Maternidad virginal, virginidad maternal. Madres de otros a los que no han engendrado ni alumbrado. Darse al otro, no dar a luz o a la luz a otro, darse a otros, ser madres de muchos. Deseo cumplido en la donación de sí, en la renuncia gloriosa, en el darse de sí mismas a otros que no eligen, que les son dados, incluso sin conocerlos, aceptando en algunos casos con dolor y paciencia el no poder tener a sus propios hijos biológicos. Estas madres sin hijos nos muestran una forma de vida donada, única y necesaria para el mundo. Una vocación que encuentra cumplimiento en una relación que trasciende lo humano pero en lo humano.
Miremos también a las mujeres que deciden acoger o adoptar hijos que no han parido o engendrado, incluso teniendo sus propios hijos ya. Para todo esto también hay que hacer experiencia real de un cumplimiento de la vida que podríamos llamar sobrenatural.
¿Y las madres parturientas? Madres con hijos nacidos de sus entrañas, vivos o muertos. Mujeres que acogen sin poseer lo que ha crecido en ellas como signo evidente de una entrega y renuncia absolutas. Es un valor vital, fundamental, necesario y único en la historia de la humanidad. Madres de familia que renuncian a muchas cosas por darse a sus hijos. Qué posición tan distinta a la de las mujeres que deciden no tener hijos por cuestiones económicas y profesionales o, en el extremo del drama, las que abortan voluntariamente en una sociedad que tristemente las ha hecho esclavas de sí mismas. Una sociedad en ocasiones perversa que legisla llegando a defender con más ahínco la vida de un perro, de un gato o de una especie protegida del Amazonas por encima de la de un ser humano. La maternidad es un DON no un derecho y un hijo nunca es una posesión.
Qué decir de las madres que después de haber formado una familia, viven con terrible dolor el drama de la separación (Cuántas amigas queridísimas me vienen a la mente). Mujeres que tienen que seguir adelante acompañando a sus hijos y viviendo a diario el drama de separarse del hombre al que se entregaron para formar una familia. Mujeres que aunque hayan encontrado una nueva pareja que las quiere y las apoya llevan adelante una maternidad que siempre tendrá algo de solitaria. Representan también una generosidad abnegada, dolorosa y sin límites.
Recuerdo con especial afecto a las mujeres que deseando ser madres por causas distintas no lo son, no llegan a serlo en sus entrañas o, como decía, que por su vocación a la virginidad renuncian a la maternidad corporal. Una renuncia que solo puede ser gozosa y llamada por ello a un cumplimiento particular y misterioso. ¡Qué generosidad tan fuera de lo común!
Miguel Ángel Blázquez
8 de marzo 2024