MOMENTOS
O gato negro
He vuelto a la tasca o gato negro. Temía que por la crisis o por la proliferación de franquicias gastronómicas lo hubieran convertido en un local de moda pero ¡sí!, aquí sigue El gato negro, aquí sigue Manolo, el jefe, atendiendo al personal, aquí siguen la empanada de xoubas, los berberechos al vapor, el hígado encebollado y el Ribeiro en taza de loza. Aquí sigue todo tal y como lo dejé hace unos años.
En la mesa de atrás hay cuatro asiáticos intentado traducir lo que les han servido, chicharrones, higadillos, camarones, almejas… La cara de ellas es un poema y la de ellos da para un ensayo.
Una peregrina se seca los pies delante de mi empanada, podía tener un poco más de decoro y hacerlo fuera de mi mesa. Es andaluza. El gato negro es así. Siempre que vengo me quedo en las minúsculas mesitas que hay al lado de la barra.
La barra es el mejor lugar para beber y vivir el gato negro. Hoy los berberechos son pequeños. Los he comido aquí otras veces y eran mucho más grandes. Me explica Manolo que lleva dos meses sin servir mejillón al vapor. Que hay una toxina que afecta al crustáceo y solo se sirve para conserva. Y los berberechos más o menos igual, raquíticos.
Los asiáticos se levantan. ¡¡¡¡Se han comido hasta las conchas!!!! Si nosotros nos comemos sus gatos que disfruten ellos de nuestros platos digo yo.
Cuando vengo a Santiago, peregrino a dos sitios: a la tumba del Apóstol y a la tasca de Manolo. Así es. Manolo es un tipo gallego con pinta de mala leche pero poco a poco voy descubriendo que tiene un humor fino, como si hablara un dialecto que empiezo a entender y que me resulta curioso. En ese registro se comunica solo con algunos de los clientes del bar, con los de toda la vida. No hablan gallego, en realidad yo creo que se descojonan de todo el mundo pero con esa flema gallega que da la sensación de que están siempre cabreados. Manolo en el fondo es un currante, un marinero de interior, un hombre al que sacarle de su tasca, de su hábitat sería condenarlo a muerte. Es el alma de El gato negro y a sus órdenes tres gallegas, tres hembras que son las que ponen la sal al negocio.
Me acerco a la barra para pagar. Un pijo de Madrid, diría incluso que de Pozuelo, Aravaca o del barrio de Salamanca…, por el tufillo, le pide a Manolo con la albóndiga en la boca un Chupito de «yagamasta». Manolo que no le entiende ni papa le dice que de hierbas, que aquí solo hay licor de hierbas «o» orujo blanco. Al pijo se le intuye más el moreno de las pistas de Aspen o de Chamonix que el del sol justiciero de las etapas de del Camino de Castilla. El «yagamasta» es un licor que en realidad se llama Jägermeister y que se ha puesto de moda entre los pijos. Vamos, un licor de hierbas según la Wikipedia. El madrileño se va cabizbajo sin su «yagamasta» y yo me voy de El gato negro, una vez más, con el momento que he pasado en mi cuaderno.

Santiago, 25 junio 2016
© Miguel Ángel Blázquez
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