MOMENTOS
Pensión Alberto, habitación 19
En esta pensión me viene a la memoria un pensamiento de Unamuno acerca del viajero.
“España, se ha dicho muchas veces, está por conocer para los españoles. Y lo que con España pasa, supongo pasará en otros pueblos. Hay aquí, en Bilbao, por ejemplo, aunque cada vez menos; hay en Barcelona no pocos que sin conocer el resto de España, sin haber viajado por ella, sin haber visitado rincones, llenos de historia, de leyenda, de poesía y de paz de Castilla, Aragón, Extremadura o Andalucía se han ido a viajar por Francia, Italia o Alemania. ( …) Se habla de esto, de dificultades de locomoción, de malos alojamientos, de molestias, pero todo esto, sobre ser, cuando no falso, exagerado, no pasa de pretextos. ( …) Los trenes expresos y de lujo, los hoteles confortables, han enmollecido a las gentes, sin que por eso resulten muy gratos”.
Hay en esta pensión y sin salir de la habitación 19 mucho más que ver y disfrutar que en cualquiera de los hoteles de lujo que he conocido. Aquí nada es standard. Un sillón de sky rojo de los años sesenta, eso sí, impecable, deslumbra al entrar en la pequeña habitación que se ilumina con la luz que penetra por la ventana que da al patio interior del inmueble. Abajo, un jardín que da vida a tanto cemento y arriba el cielo gris amenazante. Recorriendo con la vista de nuevo la habitación 19 de la Pensión Alberto retrocedo treinta, cuarenta, cincuenta años en el tiempo dependiendo del punto al que mire. Es interesante, es mucho más interesante de lo que uno imagina cuando llega influenciado por lo que hay fuera de esta pequeña estancia. Le doy la razón a D. Miguel de Unamuno, estoy enmollecido y si hoy estoy aquí es porque todos los hoteles “buenos” de este pueblo a los que llamé estaban completos.
Seguro que no hay otra habitación como la habitación 19 de la Pensión Alberto. Esto es lo que la hace especial, única. En los grandes hoteles todo es igual, las puertas, las camas, los armarios, los baños; nosotros mismos nos volvemos iguales a los demás, autónomos, asociales, privados, encerrados en la suite 505 del Hotel Hilton.
Aquí, en cambio, te comunicas con el huésped de la otra habitación aunque sólo sea para preguntar por el baño, porque en la pensión Alberto hay un aseo y un baño para diez habitaciones. ¿Puede haber prueba más dura para un cuerpo acomodado que la de pasar dos días con sus noches compartiendo aseo y ducha con veinte personas? No obstante, cada habitación dispone de un lavabo individual por si uno no es capaz de superar su mal acostumbrada comodidad. Es de agradecer que a uno le sucedan cosas como éstas, porque sólo así podrá disfrutar del Hilton y de la Pensión Alberto, de la tasca y del mejor restaurante, del hombre de la ciudad y del pastor del campo.
A mí me queda mucho por aprender. Yo que hablo de estas cosas y me traigo sábanas de casa para ponerlas encima de las que hay en la cama de la habitación 19 de la Pensión Alberto. ¡Qué cosas!
Termino por hoy con las letras de Unamuno de nuevo.
“Por mi parte, me llevan los demonios cada vez que oigo a uno de esos insoportables petimetres de moquero perfumado y que se han hecho una cabeza en colaboración con el peluquero, quejarse de las comidas, de los trenes, de las camas. Todo es pedantería, y los más de ellos no vivirán mejor en sus casas”.

Castro Urdiales, agosto 1999
© Miguel Ángel Blázquez
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