POESÍA
Versos desafinados
El mendigo de las palabras
busca un lugar en la ciudad
de los versos desafinados
para desnudar su miseria
sin que nadie le vea.
Rodeado de mugre
y voces huérfanas,
en silencio,
mira hacia adentro
y escupe:
Lees los versos
pero no te duele
la carne de mis dedos,
arrancada a mordiscos
mientras escribo
con manos hambrientas,
llorando recuerdos.
Tampoco escuchas
mis gritos desgarrados
por el dolor del pecado,
ni sientes las cucarachas
trepando por mi garganta,
como si quisieran
comerse los deseos
que aún conservo
en mis entrañas.
Duele ver que mi cuerpo
se corrompe y el alma escapa.
No conoces el sabor
del veneno que digiero
para no pensar en mañana,
ni has sentido el hierro del odio
atravesando mi costado
con el filo gélido de la ira.
Me gustaría decirte
que todo es mentira,
pero no puedo.
La verdad, a veces,
tiene un sabor
agrio e incómodo.
Tampoco
has visto las víboras
acariciándome
antes de morderme
con su veneno de dudas,
ni has deambulado conmigo
por las noches desiertas
esquivando rameras
invitándome a pasar
un rato en sus infiernos.
No has arropado
mi dolor desnudo
mientras intentaba dormir
despertando al pasado
negándome a aceptar
que ya no hay futuro
para mis sueños de niño.
¿Acaso sientes
las voces de sirenas
cantándome al oído
cada vez que me lanzo
al vacío sin saber
si hay suelo?
Cada día me despierto
con un pie en el abismo
pidiendo clemencia,
escuchando a predicadores
de traje y corbata,
que intentan saciar
mi sed de libertad,
con soflamas capitalistas
vestidas de oraciones,
tirándome al tupper
limosnas robadas.
No, no lo has visto
porque solo puedes ver
lo poco que te doy
pero no te juzgo,
yo tampoco
quería verlo.
Ahora ya sabes algo más,
porque no me he suicidado
después de una noche en vela,
eructando ideas de loco
y vomitando versos de fuego.
Me he levantado
como he podido,
abrazado a la taza ardiendo,
callado, mirando la luz
que zigzaguea
por los poros de la cortina.
Como si despertara
de una pesadilla,
algo, no sé cómo explicarlo.
¿Alguien quizá?
me ha regalado
un segundo de paz
y una leve sonrisa,
se ha derramado
cálida y salada
por mi rostro.
No espero un «me gusta»,
ni cientos, ni miles, ni millones.
Cambiaría todo por un «te quiero».

6 febrero 2019
© Miguel Ángel Blázquez
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