MOMENTOS
Ya vienen los Rey... perdón, los mensajeros de Amazon
Si sigues creyendo que los niños vienen de París, no sigas leyendo, pero si hace tiempo que perdiste la ilusión por los regalos que traen los Reyes de Oriente quizá te interese seguir adelante.
Mi hija, con casi 18 años, sabe lo de los niños de París, lo de la cigüeña y la historia de los Reyes Magos pero este año le ha dado por volver a escribir la carta. Vamos que nos ha mandado un mail con las capturas de pantalla de las cosas que pide y por un momento he pensado que era un ataque de nostalgia. Algo habrá pero sobre todo es reflejo de un último deseo de no abandonar esa inocencia, esa alegría que todos hemos experimentado alguna vez al recibir un regalo que quizá no esperamos y sobre todo al encontrárnoslo imaginando que los reyes, con sus camellos, habían pasado la noche anterior por allí.
Yo soy ya viejo para entretenerme con ilusiones infantiles pero no para entristecerme viendo en lo que se ha convertido el gesto de los regalos de la noche de Reyes.
Hoy esperamos al mensajero de Amazon Prime, que viene de Ecuador, de Bolivia, de Rumanía… y exigimos que llegue antes del 6 de enero porque para eso somos socios Prime. Una vez firmado el justificante comprobamos que todo está bien. Desenvolvemos el paquete, debidamente pergeñado con un plástico industrial patrocinado por la selección española de fútbol y una vez realizadas las comprobaciones de talla, color y autenticidad del producto, (por si nos han colado algo chino), hecho el escáner completo volvemos a cerrarlo, lo envolvemos con un papel charol trufado de motivos navideños y lo dejamos bajo el árbol de plástico con luces de led reproduciendo la escena como si los mismos Melchor, Gaspar y Baltasar nos los hubieran traído.
Es triste perder esa inocencia y perder esa ilusión. Es triste no esconder ya los regalos en el maletero o en el trastero para que no los encuentren antes de la noche mágica. Los hijos ya no son niños, se están haciendo mayores y no les ilusiona casi nada porque lo conocen todo a golpe de click en Amazon, en Instagram o en Facebook.
Entonces ¿qué hacer? ¿resignarse a repetir todos los años el mismo gesto consumista?
¡¡¡No!!! Hay una solución.
Vayamos a Cortylandia.
Casi me da un pasmo cuando me lo han propuesto. Yo que pensaba que había conseguido superar ya la navidad y una extraña fuerza de atracción o la unión de astros desorbitados me ha llevado esta tarde al epicentro de un lugar al que me hice la firme promesa de no volver con mis nietos (si los tengo). Ya pagué el peaje de ir con mis hijos hace unos cuantos años.
Aún estoy pellizcándome pero sí, lo confieso, he estado en Cortylandia. ¡¡¡Y siguen con la misma cancioncita después de tres décadas!!!!! Cortylandia, Cortylandia… vamos todos a cantar… tariro riro riro riro riro riro riro ra, ¡ro rá!
Me ha deprimido ya del todo.
Hordas de cuarentones moviendo el esqueleto al son del estribillo. Esto tiene que ser algo muy estudiado por los del centro comercial porque la gente se engancha. Es como la salsa del Big Mac, sabemos que es nociva pero volvemos a engullirlo olvidándonos del colesterol como volvemos a cantar y bailar el “Cortylandia, Cortylandia….” pasando del ridículo y de la artrosis.
Si al menos saliera la Pedroche y con el vientecillo que sube por la calle Maestro Victoria, se le volaran las piedrecillas del vestido de nochevieja, muchos papás recuperaríamos la ilusión de un plumazo pero nada, ni Pedroche ni nada.
Con esa tristeza que le deja a uno la felicidad de cartón piedra y la nieve artificial termina este esperpento de osos polares hieráticos con voz de locutor griposo y vuelvo a la realidad, sin duda mucho más apasionante que Cortylandia.
“Cortylandia, cortylandia, vamos todos a compr… perdón a cantar”

5 enero 2018
© Miguel Ángel Blázquez
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